MEDUCA

 


En lo profundo del bosque, donde la niebla se enreda entre los árboles y el susurro del viento parece contar secretos olvidados, vive una bruja conocida por los aldeanos como La Hechicera de la Noche. Con su capa negra que brilla como el ébano bajo la luz de la luna, sus ojos resplandecen con el misterio de los siglos y su risa, suave y tenue, resuena como un eco lejano entre las sombras.

No se sabe de dónde vino ni cuántos inviernos ha atravesado, pero su poder es indiscutible. Se dice que puede ver el futuro en las aguas de un pozo antiguo, que controla las estaciones con sus encantamientos y que, con solo un gesto, puede convocar tormentas o deshacer maldiciones. Los habitantes del pueblo, aunque temerosos, reconocen que la bruja también es una guardiana de secretos olvidados, aquella que mantiene el equilibrio entre lo mundano y lo sobrenatural.

En su cabaña, oculta entre raíces retorcidas y cubiertas de musgo, siempre hay un fuego encendido, una mezcla de hierbas secas flotando en el aire y un aroma a misterio que embriaga a quien se acerca. Nadie osa interrumpir su soledad, excepto aquellos que, desesperados, buscan un remedio para el mal o una respuesta a una pregunta peligrosa.

La bruja, sin embargo, no es malvada. Su sabiduría es tan vasta como la oscuridad de la noche, y, aunque su magia pueda ser temida, siempre está dispuesta a ofrecer su ayuda a quienes lo necesiten, aunque a un precio que muchos no están dispuestos a pagar. ¿Quién es ella realmente? La respuesta permanece oculta en los ecos de la brisa nocturna.


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